“Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”. Así despachó
The Vancouver Sun la entonces incipiente carrera de Alice Munro
(Ontario, 1931). Había cumplido el sueño de la Woolf: criaba a sus tres
hijas y trabajaba en la librería familiar, pero a la hora de la siesta
se encerraba en su habitación propia, y mutaba entre Chéjov y el
realismo vecino (en Numerocero te hablamos de
Cheever
). Décadas después, Munro suena y suena para el Nobel —o el Príncipe
de Asturias de las Letras, que Cohen le birló— gracias a una obra
nutrida de ingredientes de este mundo. Te la acercamos con palabras
ajenas.
“
El descubrimiento de Alice Munro supuso para mí una conmoción. Es quien mejor escribe en América del Norte hoy día
”
(Jonathan Franzen).
El próximo gran novelista americano desciende a la tierra, repasa a
sus contemporáneos y se postra ante una humilde escritora de relatos.
¿Inaudito? En absoluto. La escritura de Munro cumple máximas: convierte
en sencillo lo difícil, parte a ras de suelo para elevarse. Desarrolla
sus textos breves igual que bombas de relojería, camuflando el peligro y
programando el estallido, y su prosa atiende al detalle, suena a pura
observación, se lee envidiando la pasión por contar, por crear unos
personajes y una trama y narrar, y narrar, y narrar. No busquen
experimentos, no anhelen piruetas: en Alice Munro late —nada más y nada
menos— la verdadera literatura. ¿No se fían de Franzen? Despeja las
dudas otra que tal baila, Margaret Atwood, quien asegura que
“
Alice Munro es una de las mejores escritoras de ficción en inglés de nuestro tiempo
”
.
A propósito:
‘Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio’
(RBA, 2007).
“
Alice Munro escribe relatos con la densidad —moral, emocional, a veces histórica— de las novelas de otros
”
(Joyce Carol Oates).
Unos escogen un partido político, otros una causa social, y Alice
Munro optó décadas atrás por un género literario: el cuento. Ella
comprende la escritura de relatos como una militancia, y pese a algún
coqueteo con la novela —su segundo libro es la novela
‘Las vidas de las mujeres’
, editado en 1971 y recién traducido aquí por Lumen— o ciertas
historias cruzadas, su producción literaria se ciñe al texto breve. En
‘El progreso del amor’
, con el que titula una de sus obras, aborda la historia de varias
vidas —las de una misma familia, partiendo de la hija y deshilando la
madeja— en algo más de treinta páginas. Recurre a las elipsis, a lo que
ella omite y a lo que sus personajes deciden callar: el silencio, el
secreto, cuanto se oculta, ejercen como sólidos cimientos para sus
relatos.
A propósito:
‘El progreso del amor’
(RBA, 2009).
“
Su naturalidad es tan perfecta, sus personajes parecen tan
comunes, que no siempre se advierte a primera vista la magnitud de su
talento
”
(Antonio Muñoz Molina).
La editora Silvia Querini se refería con cariño a Munro
describiéndola como una amable viejecita perdida allá en su pueblo,
viviendo junto a los lagos con su esposo geólogo, jurando —añadimos
nosotros: siempre que le preguntan por su jubilación, Munro contesta
divertida— que cada libro que publica será el último. Sin embargo, la
abuela de Ontario se aburre con lo propio (“me di cuenta de que ya no
sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada
más”), y a cada nueva obra hornea un pastel con dosis ingentes de
veneno, colmillos retorcidos y mala baba. Las relaciones idílicas, los
paisajes inalterados… acaban enturbiándose, igual que ese vecino que
certifica que no, que el asesino siempre saludaba. Otra aspiración de
Virginia Woolf: la importancia de lo minúsculo. Ella, en
‘Un cuarto propio’
, se refería —por ejemplo— a la comida; Alice Munro escribe igual que Antonio López pinta.
A propósito:
‘La vista sobre Castle Rock’
(RBA, 2008).
“
Cada vez que se lee a Munro se aprende alguna cosa sobre la que no jamás había pensado antes
”
(del acta del Premio Man Booker International).
Esa obsesión de Munro por escudriñar nuestra rutina, por sumergirse
en lo extraordinario de las historias normales, nos revela cuánto de
mágico prodigioso late en nuestro entorno. Sus personajes carecen de
apellidos la mayoría de las veces —si lo especifica busca subrayar su
pertenencia al mundo común, nada de simbolismos—, pero en alguna ocasión
rompe la costumbre. En el cuento
‘Demasiada felicidad’
recuerda a la matemática y escritora Sofia Kovalevski, que luchó
por no depender de nadie en la Rusia del siglo XIX y murió pronunciando
esas palabras. No destripamos más, pero sí subrayamos la capacidad de
Munro para toparse —y toparnos— con vidas que confundiríamos con las
nuestras, y que terminamos envidiando o compadeciendo. Nada de
moralejas, ojo: que cada uno, y Munro parece sacudirse la
responsabilidad, extraiga sus conclusiones.
A propósito:
‘Demasiada felicidad’
(Lumen, 2010).
“
Una de mis escritoras contemporáneas favoritas
”
(Pedro Almodóvar).
Un eslogan: España ama a Alice Munro. Bien editada y mejor leída por nuestros escritores —Ignacio Martínez de Pisón
,
Marcos Giralt Torrente
, Soledad Puértolas o Elvira Lindo
no esconden su fervor, y Javier Marías le concedió en 2005 su Premio
Reino de Redonda—, el aura mediática de Munro cuenta con un excepcional
aliado patrio: Pedro Almodóvar. La protagonista de ‘La piel que habito’ se entretiene leyendo ‘Escapada’; pero si buceamos en los textos y declaraciones de Almodóvar descubrimos algo más.
“También he escrito este guion [‘Los abrazos rotos’]”, confesaba en su blog
allá por marzo de 2008, “a la sombra de sendos libros de cuentos de
Alice Munro, probablemente la mejor cuentista contemporánea. (…) Hay un
relato de ‘Escapada’ que me encantaría llevar al cine”.
El manchego confirmó este verano que mantiene su idea: quizá su nueva
película se ruede en inglés, en Canadá y basada en una de las historias
de esta dama de humilde cuna y alta imaginación.
A propósito:
‘Escapada’
(RBA)
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